El relato de una hondureña encendió las redes después de revelar la traumante experiencia que vivió junto a su familia durante unas vacaciones en una casa rentada en Roatán, un viaje que comenzó como una escapada tranquila y terminó convertido en una madrugada llena de miedo.
Ella explicó que solo busca “informar y advertir”, no atacar al turismo en la isla, y por eso decidió contar lo que pasó más de un año después.
La familia buscó una casa amplia en José Santos Guardiola para disfrutar privacidad y comodidad, lejos del bullicio y con espacio suficiente para trece personas.
Los primeros dos días fueron perfectos, aunque notaron que la zona estaba demasiado sola y que varios hombres pasaban en moto hacia una casa ubicada en lo alto del cerro, algo que les pareció extraño desde el inicio.
Todo cambió la noche en que los hombres de la familia salieron al supermercado y la casa quedó únicamente con mujeres y niños.
Según la joven, quienes pasaban en moto notaron esa situación y dijo: “Supongo que pensaron que estábamos solas y dijeron: ‘Pues aquí está el chance’”.
"Abrime que me están siguiendo", hombres armados intentaron ingresar
A las 3:30 de la madrugada escucharon ruidos y su hermana salió desesperada diciendo que alguien intentaba entrar. La familia se reunió en la sala mientras buscaban cómo pedir ayuda porque el Wi-Fi no servía y solo uno de los teléfonos tenía señal.
Ella llamó a la policía, pero explicó que la primera llamada no funcionó y que la segunda fue atendida por una mujer que prometió enviar patrullas, aunque nunca aparecieron.
La situación se complicó cuando tres hombres rodearon la casa. Uno se acercó a la ventana y le dijo al cuñado: “Abrime que me están siguiendo para matarme”, pero de inmediato vieron a otros dos escondidos y entendieron que era una mentira para que abrieran la puerta.
Los intrusos incluso arrancaron la luz de la piscina para evitar que la familia los viera. Todos apagaron las luces, se organizaron para proteger a los niños y comenzaron a orar mientras esperaban que amaneciera.
Por suerte, los hombres se retiraron con el paso de las horas. “Gracias a Dios fue la última noche”, afirmó.
Al amanecer empacaron y se marcharon, aunque la dueña de la propiedad, que estaba en Estados Unidos, solo comentó que no podía creer lo ocurrido.

