Con la temporada de ciclones tropicales 2025 a punto de iniciar el 15 de mayo en el Pacífico nororiental y el 1 de junio en el Atlántico, extendiéndose hasta el 30 de noviembre, surge una pregunta recurrente: ¿cómo se eligen los nombres de estos poderosos fenómenos meteorológicos y quién está detrás de esta peculiar tradición?

Un ciclón tropical recibe su nombre en el instante crucial en que alcanza la categoría de tormenta tropical, es decir, cuando sus vientos sostenidos superan los 63 kilómetros por hora.

A partir de este punto, se le asigna un nombre siguiendo un estricto orden alfabético, tomado de una lista preestablecida para la cuenca oceánica correspondiente en ese año.

Es fundamental destacar que cada cuenca oceánica, tanto el Pacífico como el Atlántico, cuenta con su propio listado de nombres.

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¿Quién elige los nombres?

Estas listas tienen un ciclo de repetición de seis años. Sin embargo, existe una excepción significativa: si un huracán causa una devastación considerable, con pérdidas humanas o materiales de gran magnitud, su nombre es retirado permanentemente de la lista.

La responsabilidad de elaborar y actualizar estas listas recae en el comité técnico de la Organización Meteorológica Mundial (OMM).

Este comité está compuesto por representantes de los países que se ven directamente afectados por la amenaza de los ciclones tropicales.

La selección de los nombres se realiza de manera estratégica, utilizando nombres comunes en español, inglés y francés.

Esta elección multilingüe tiene un objetivo claro: facilitar la comprensión y la comunicación efectiva entre las diversas poblaciones que puedan verse impactadas por estos fenómenos naturales.

La adopción de nombres personales para los huracanes no es arbitraria; responde a una necesidad práctica crucial.

Cuando varios ciclones pueden estar activos simultáneamente, resulta mucho más sencillo y eficiente recordar un nombre como "Erin" que recurrir a complejas claves técnicas o coordenadas numéricas.

Esta simplicidad en la comunicación agiliza las alertas y la coordinación de las acciones de respuesta.

Nombres borrados por la devastación: un legado imborrable

Cuando un ciclón demuestra ser particularmente destructivo, la OMM toma la decisión de retirar su nombre de forma definitiva.

Esta medida busca evitar cualquier tipo de insensibilidad o confusión que su reutilización pudiera generar en el futuro, especialmente entre las comunidades que sufrieron sus embates.

Algunos ejemplos notorios de nombres de huracanes retirados incluyen fenómenos tan impactantes como:

  • Gilbert (1988)
  • Pauline (1997)
  • Andrew (1992)
  • Patricia (2015)
  • Otis (2023), tras su devastador impacto en Acapulco.

En estos casos, el comité de la OMM selecciona un nuevo nombre para reemplazar al retirado en la lista de las próximas temporadas, asegurando así la continuidad del sistema de nomenclatura.

¿Por qué los huracanes antes solo llevaban nombres de mujeres?

En sus inicios, los huracanes eran nombrados exclusivamente con nombres femeninos. Esta práctica comenzó formalmente en 1953, cuando el Servicio Meteorológico Nacional de Estados Unidos adoptó listas de nombres de mujeres para identificar a estos fenómenos.

La razón era práctica: los nombres eran más fáciles de recordar y comunicar, especialmente durante emergencias.

Sin embargo, con el paso del tiempo, este sistema comenzó a generar críticas. Diversos colectivos feministas denunciaron que asignar únicamente nombres de mujeres a desastres naturales reforzaba estereotipos negativos de género y daba una connotación negativa a lo femenino.

Las protestas se intensificaron durante la década de 1970, en el contexto del auge del movimiento feminista. Fue así como, en 1979, el sistema de nomenclatura se modificó oficialmente para incluir nombres masculinos y femeninos, en orden alfabético y alternados.

Desde entonces, los nombres de huracanes son seleccionados por la Organización Meteorológica Mundial (OMM) y se utilizan en ciclos de seis años, rotando entre nombres en inglés, español y francés, según la región.

Este cambio no solo respondió a una cuestión de equidad, sino que también reflejó una evolución social y cultural en torno al lenguaje y la representación de género.

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